Este artículo es un recorrido personal (de mí, Pablo Correa) por la incorporación de prácticas espirituales racionales e intuitivas de mi vida. Inicio relatando las prácticas espirituales que he practicado por mi contexto, para luego enfocarme en el diario como la primera práctica racional en incorporar a mi cotidianidad, para luego finalizar con cómo la biodanza me incentivó a la incorporación de prácticas espirituales intuitivas para una profundización en todo mi ser.


En mi infancia y adolescencia mis prácticas espirituales venían de mi formación familiar y escolar: misas diocesanas y jesuíticas, oraciones, lecturas bíblicas, catequesis y clases de religión católica, algunos pocos ejercicios de respiración, muchos cursos de liderazgo y acción social, ejercicios espirituales ignacianos, y la pausa ignaciana. Muchas de estas prácticas me fueron obligadas o al menos inducidas, como la misa, otras fueron de carácter voluntario, como los cursos de liderazgo o las experiencias vocacionales para ser cura católico. Ninguna de estas prácticas las encontré a causa de una búsqueda interna, llegaron a mí por mi socialización primaria, mi madre y padre, y secundaria, el colegio San Ignacio. Debido a que soy parte de unas estructuras sociales que me determinan en un grado considerable, el repertorio de prácticas espirituales que me ofrecía mi contexto eran en algún grado coercitivas y dogmáticas.

Curiosamente, de las enseñanzas existenciales más sustanciales que tuve de toda esta formación temprana, fue la práctica del discernimiento que aprendí siendo voluntario en el Servicio Jesuita a Refugiados y en las clases de filosofía del bachillerato. A través de este he logrado rescatar los aspectos positivos de las prácticas espirituales que me nutren, emancipan y empoderan, como también los aspectos negativos que me intoxican, enceguecen o incluso envilecen.

[1] En este texto usaré de forma no consistente representaciones masculinas (ellos, nosotros), femeninas (todas, ellas), neutras (las personas, todxs, nosotrxs, humane), como una postura ética cuir y feminista desde el lenguaje de tercera generación. Por ejemplo, es usual que para referirme a todo un conjunto de personas use la representación femenina todas, en vez de la tradicional representación masculina todos, incluso cuando las mujeres puedan ser la minoría del conjunto al que hago referencia.

Los cimientos de mi vida espiritual los cultivé hasta los 19 años a través de un repertorio que a distintos ritmos me ha sido exigido y ofrecido. Ninguna de estas prácticas espirituales ha sido completamente elegida por mí (elección deliberada), tampoco realizada a diario (periódica). En mi transición del colegio a la universidad, comencé a cultivar la primera práctica que contaría con las dos anteriores características de elección deliberada y periodicidad: el diario. Sentía por momentos que necesitaba observar mi vida, tratar de entenderla y rastrearla a lo largo del tiempo para ser consciente qué estaba haciendo con ella. Desde hace unos 8 años he venido escribiendo sobre mi existencia, con distintos estilos y propósitos: qué hice en el día, qué pienso, qué siento, mis preguntas, mis agradecimientos, mis mapas de ideas y dibujos simples.

El diario por muchos momentos me ha sido una herramienta para aclarar y profundizar en aquello que esté pensando como para tomar decisiones difíciles, también para desahogar mis sentires alegres y dolorosos. Recuerdo en la piel como a través de la escritura me desahogaba de los efectos negativos sociales de salir del clóset, o como plasmaba en tinta mi confundido ingreso a la casa vocacional de los jesuitas, o como intentaba analizar en múltiples páginas las confusas sensaciones de una época de dependencia emocional hacia mi pareja.

Plasmando aquello que pensaba, creía que encontraría tranquilidad y bienestar emocional y espiritual. El diario se me convertiría en una pieza esencial para conservar una vida armónica, pero por momentos sentía que escribir, o en últimas, pensar, era insuficiente. Sentía que usar la cabeza, la razón o el intelecto no era suficiente para sentir un estado más frecuente de bienestar, en el cual estuviese conectado con todo aquello que viniese en cada presente, cada instante. No percibía que necesitaba lo contrario a pensar, me urgía liberar mis pensamientos, y sumergirme en mi otra dimensión constitutiva: mi ser sintiente y consciente.

Creía que pensar con mayor rigor, transparencia, lógica y estilo académico-científico solucionaría de alguna manera mi malestar ante las situaciones difíciles y emocionalmente incómodas de la vida. No comprendía que pensar y razonar en exceso, o mejor, cuando no me corresponde, afecta profunda y negativamente mi vida. Asociaba mi idea de un monje zen, o de una hippie, o un practicante de reiki, o de quienes “creen en las energías”, con una bondad y un esfuerzo por ser una mejor humana y construir un mejor mundo, como una necesidad y dependencia en creer en algo místico y mágico para la propia tranquilidad.

Permitiéndome ser guiado por una amiga, participé por primera vez de una sesión de biodanza. Esta consiste en un conjunto de movimientos corporales con música diversa y sin hablar, de forma individual y colectiva, la cual crea efectos terapéuticos cuando se profundiza desde lo místico, lo interno y lo profundo. Esta invitación se convertiría en uno de los momentos y procesos más críticos y fundamentales para mi camino de vida. Este acontecimiento lo suelo compartir con alegría a mis seres queridas, a lo cual recibo a veces la pregunta: ¿qué es lo raro, mágico o impactante de esta danza? Para algunas la respuesta puede ser decepcionante, pero es lo más sensato que siento podría compartir: los aprendizajes intuitivos, profundos y existenciales.

Es posible que la amiga reitere su pregunta: ¿cuáles son las enseñanzas orgánicas y espirituales que se aprenden en la biodanza? Estas solo pueden ser sentidas, experimentadas, y recordadas en el cuerpo. Es como si el conocimiento no fuese la conclusión lógica de unas proposiciones coherentemente conectadas, sino una sensación. Estos sentires son corporales, están en sincronía con mi respiración, mis emociones, mis placeres y dolores. Por tanto, no puedo compartir el aprendizaje de esta danza a través del texto, porque sólo puede ser sentido.

Poco a poco, a través de los placenteros e incómodos ejercicios de la biodanza empecé a identificar lo mucho que me cuesta mirar a los ojos o tomar de la mano a otro ser humano, yo que me consideraba tan social y humanista. Empecé a identificar esquemas y estructuras en mi profundo interior que me afectaban, como mi falta de valoración a mí mismo; y en complemento con trabajos de sombra, se me ha facilitado identificar y sanar desde la raíz ocurrencias de acoso que vienen de mi etapa escolar.

Los trabajos de sombra son distintos tipos de revisiones del pasado propio a través de meditaciones guiadas, indagaciones psicoanalíticas o cualquier viaje simbólico a los recuerdos y memorias conscientes e inconscientes. Por ejemplo, en Santa Elena, zona rural de Medellín, experimenté una regresión por parte de la comunidad El Juego. En otra ocasión un jesuita de la entonces provincia de Nueva York (así se llaman las divisiones territoriales de la Compañía de Jesús) me realizó una sesión de constelación familiar con fundamentos en psicoanálisis.

A través de la combinación de una práctica espiritual en mayor grado intuitiva (biodanza) y racional (trabajos de sombra), he venido logrando sanar heridas de mi pasado, conectarme con mi presente, y empoderarme para vivir disfrutando y recibiendo todo el aquí y el ahora. La biodanza me incentivó la creación de un ritmo y una consciencia para implementar en mi día a día la práctica de la meditación y el yoga kundalini, como otras prácticas que hago irregularmente como el acroyoga, el yoga inbound o pintar mandalas. He venido transformando desde mi raíz, y ahora siento que muchas veces las situaciones difíciles e incómodas me fluyen con los mensajes que necesito aprender en el momento.

Empecé a reconocer en las prácticas espirituales intuitivas una forma de no preocuparme a cada momento de ‘qué debería estar haciendo en estos momentos’, sino de vivir todo aquello presente, incluso aquellas sensaciones y pensamientos que me generan miedo, tristeza o rabia. Las prácticas espirituales intuitivas me hacen consciente de que soy un ser vivo, de que en algún momento moriré orgánicamente, de que lo único importante es vivir este presente, de que tengo un propósito y un rol social, y que todo está en la respiración, en el ritmo suave, en la conexión, en la tierra, en el confiar y creer en el universo, en renunciar al control y en aceptar todo tal cual como es.

Biodanza, Prácticas espirituales, Trabajo de sombra

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Pablo Correa
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Pablo Correa

Ser humane apasionado por el trabajo colectivo orientado al cambio social. Como caminante de esta tierra, sus casas espirituales son la meditación, la biodanza y el yoga kundalini. Su misión, es comprender la opresión, para su transformación a través de la creación y enseñanza de conocimiento. Ha trabajado como consultor de política pública para sectores del gobierno local de Medellín como la Secretaría de Cultura, la Secretaría de Comunicaciones y el Concejo Municipal. Apasionado por la ciencia y los números, se ha formado a través del aprendizaje virtual (MOOC) en la especialización Metodología y Estadística para las Ciencias Sociales de la Universidad de Ámsterdam. Ha sido cofundador de la corporación FAUDS (Familiares y Amigos Unidos por la Diversidad Sexual y de Género), que trabaja por transformar imaginarios y proteger los derechos de las personas LGBTI y sus familias en Colombia. Actualmente es Asesor Técnico del Concejal Daniel Carvalho, para el seguimiento y control de la Política Pública LGBTI de Medellín.
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