El oír es algo que hacemos inconscientemente, en otras palabras, no hacemos nada especial para oír, ya que nuestras orejas pueden captar el sonido y transmitirlo a nuestro cerebro sin que nosotros hagamos nada para hacerlo. Pero el escuchar es un arte.

 

Algunos días atrás recordé que hace algunos años, la Rev. Nancy Palmer Jones, Ministra Decana de la Primera Iglesia Unitaria de San José, nos pidió que nos comunicáramos con la persona que nos tocó en unos papelitos que escogimos de una canasta, para que esa persona supiera que “aquí estamos si nos necesitan”. Yo supongo que cada uno de los que participamos voluntariamente en ese ejercicio lo hicimos, ya sea por teléfono, por e-mail o personalmente, frente a frente, como yo lo hice en aquel momento con la persona que me tocó.

Posteriormente me hice una serie de preguntas a mí mismo: Estas son las preguntas que me hice y que ahora aprovecho para hacérselas a ustedes: ¿Nos sabemos comunicar los unos con los otros? ¿Qué tan profundamente podemos hablar entre nosotros? ¿Sabemos escuchar a los demás? 

Probablemente sean preguntas difíciles de contestar, ya que cada uno de nosotros somos diferentes y actuamos en forma diferente. Tal vez algunos de ustedes logran expresar fácilmente lo que quieren y lo que sienten, en cambio a otros nos cuesta más trabajo el hacerlo. 

Cuando necesitamos ayuda y acudimos con alguien, normalmente la conversación se inicia con el clásico ¿cómo estás?, tal vez se comenta acerca del clima, o se comenta alguna noticia o alguna otra cosa parecida. ¿Pero qué sigue después de este clásico inicio de una conversación? Muchas veces no sabemos qué más decir, y nos quedamos como si los ratones nos hubieran comido la lengua.

La mayoría de las veces en nuestra mente está muy claro cuál es el problema que tenemos y qué tipo de ayuda necesitamos; en otras ocasiones no es un problema, solamente es la necesidad de compartir con alguien algo que nos sucedió, ya sea triste o alegre. Pero cuando muchos de nosotros estamos frente a la persona que creemos que nos puede ayudar o escuchar, empezamos a enredarnos en nuestras ideas y nuestras propias palabras y no logramos poner nuestros pensamientos en orden y terminamos diciendo el clásico, no se por donde empezar, o en muchas ocasiones terminamos no diciendo nada. Cuando alguna persona nos busca para hablar con nosotros, necesitamos tratar de entender lo que dice la otra persona, aunque se exprese con dificultad e hilvanando frases que parecen no tener demasiado sentido. Si tenemos paciencia para que nuestro interlocutor ponga sus pensamientos en orden, nos podrá decir lo que necesita comunicarnos. Y nosotros, si nos hemos comprometido a escuchar, hagámoslo con paciencia.

Cada uno de nosotros tenemos diferentes tipos de problemas y a veces esos problemas los vemos tan grandes que nos abruman y no sabemos como resolverlos, por eso buscamos a alguien para que nos ayude; por supuesto que nosotros no somos expertos en todo, pero la persona que nos está otorgando la confianza de compartir con nosotros sus sentimientos, tiene la idea de que podemos ayudarlo. Tal vez algunos tenemos la intención de ayudar, pero a veces no sabemos cómo hacerlo, entonces, cuando no sabemos qué decir y no nos sentimos útiles, en estos casos, una de las cosas más importantes que podemos hacer por quienes nos están pidiendo ayuda es escuchar.

El oír es algo que hacemos inconcientemente, en otras palabras, no hacemos nada especial para oír, ya que nuestras orejas pueden captar el sonido y transmitirlo a nuestro cerebro sin que nosotros hagamos nada para hacerlo. Pero el escuchar es un arte, como lo expresa el filósofo, orador y escritor de la India, Jiddu Krishnamu, «escuchar es un arte del que muy pocos son capaces. Nunca escuchamos, realmente. La palabra tiene un sonido y cuando escuchamos el sonido lo interpretamos, tratamos de interpretarlo según nuestro propio lenguaje o tradición. Nunca escuchamos con profundidad, sin distorsión. Por eso, quien les habla sugiere, respetuosamente, que escuchen y no interpreten lo que se dice. Cuando le cuentan una historia interesante a un muchacho, él escucha con un sentido enorme de curiosidad y energía. Quiere saber lo que sucederá, y espera con ansiedad hasta el final. Pero nosotros, la gente adulta, hemos perdido toda curiosidad y la energía para descubrir, esa energía necesaria para ver con claridad las cosas como son, sin distorsionarlas. Nunca nos escuchamos unos a otros. Nunca escucha a su esposa, ¿Lo hace? La conoce muy bien, o ella a usted. No está ese sentido de profundo afecto, de amistad, de concordia que hace que uno y otro se escuchen, tanto si nos gusta como si no. Sin embargo, si escucha de forma completa, ese acto de escuchar es en sí mismo un milagro.»

Entonces, no confundamos el oír con el escuchar, estas dos acciones no son sinónimas. El escuchar no es fácil, aunque algunos pensemos que eso es algo natural. Para aprender a escuchar se requiere primero de querer hacerlo y segundo, de practicarlo constantemente.

Les recuerdo que soy médico y parte de mi formación académica no solo fue el aprender anatomía, fisiología, patología, bioquímica, etcétera,  también fue el aprender a escuchar—escuchar al paciente, escuchar los diferentes órganos del cuerpo del paciente y a escuchar a los familiares del paciente—para poder ayudarlo desde el punto de vista médico. A pesar de tantos años de escuchar a los pacientes, continuo en ese proceso de aprender a escuchar. He aquí algunos consejos que a mí me han dado. 

Primero: Debemos olvidarnos del mundo a nuestro alrededor, ya que en muchas ocasiones estamos haciendo muchas otras cosas mientras tratamos de escuchar, tales como atender otros asuntos al mismo tiempo que oímos, vemos la televisión, jugamos con nuestras llaves, una pluma o nuestros teléfonos celulares, o hablamos con otras personas. Si vamos a escuchar a alguien, hagámoslo con el cuerpo, la mente, el alma y el corazón. La persona que nos está diciendo algo merece todo nuestro respeto y atención.

Segundo: Debemos dejar que la otra persona termine de explicarnos lo que quiere decirnos, no debemos hacer ningún comentario a favor o en contra hasta que la persona que nos esta hablando termine de hablar y nosotros hayamos entendido claramente el problema. Muchas veces tratamos de hacer comentarios sin tener la información completa, o damos consejos sin tener idea de cual es el problema real; esto quiere decir que nunca debemos interrumpir a la persona que nos está hablando, ni mucho menos tratemos de completar sus oraciones, ya que eso, además de ser de mala educación, no nos permite realmente escuchar lo que nos quieren decir. El permitirle a la persona que termine de hablar y luego darnos a nosotros mismos una pausa antes de responder, nos obliga a considerar lo que acabamos de escuchar. Su interlocutor agradecerá su atención. 

Debemos tratar de entender lo que la otra persona nos esta diciendo, pero también lo que no nos está diciendo. Esto a menudo es lo que intentamos leer cuando alguien viene a nosotros con un problema o a contarnos algo triste. Si no logramos entender, podemos decir: “Yo acabo de escuchar que tu dijiste…“, esto demuestra que estamos escuchando activamente a lo que nos han dicho y muestra una auténtica preocupación por lograr una comunicación clara. Cuando haya algo que no nos quedó claro, podemos preguntarle a la persona que nos está hablando, ¿intentas decirme esto?, entonces la persona nos podrá aclarar lo que no hayamos entendido.

Si la otra persona está enojada, conviene que uno este calmado y decir, Entiendo que estés molesto, veamos la forma de encontrar una solución. Luego de preguntar acerca de los detalles por los que está alterando podemos preguntar muy gentilmente: ¿Qué es lo que te hace sentir tan enojado?

Tercero: Dejar hablar libremente a la otra persona. A menudo, estamos impacientes por tener la palabra nosotros en vez de dejar hablar al otro, o contamos nuestra experiencia con lujo de detalles, haciendo que la otra persona sienta que su problema no tiene importancia. Nosotros los latinos tenemos la costumbre de hablar todos al mismo tiempo, nos atropellamos las palabras y las ideas, y cuando estamos enojados es peor, porque además de hablar al mismo tiempo, nos gritamos. Hace algunos años aquí en la Primera Iglesia Unitaria de San José alguien me preguntó: «¿Cómo logran ustedes los mexicanos entenderse entre ustedes si todos hablan al mismo tiempo?, no sé, pero nos entendemos», fue lo que yo conteste, ¿pero realmente nos entendemos o creemos entendernos?

Cuarto: Cada uno de los seres humanos tenemos nuestras propias ideas, costumbres y formas de hablar, en tal sentido debemos mantener una actitud pro-activa con el fin de escuchar y aprender el significado y los estilos de conversación de quienes nos están hablando. Los significados están en las personas, no están en las palabras. 

El permitir a que la otra persona hable libremente, tenemos que tener en cuenta que probablemente pueda ir en contra de nuestras propias convicciones y creencias. Esto me recuerda lo que Voltaire, un filosofo francés, dijo hace más de trescientos años: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. 

¿Cuántas veces alguien nos esta diciendo algo con lo que no estamos de acuerdo?, yo creo que muchas veces, pero todos tenemos el derecho a decir lo que sentimos y pensamos, a eso también le llamamos libertad de expresión. Recuerden que la diversidad es una cosa maravillosa y la diversidad también esta en las ideas y las acciones.

El no estar de acuerdo con todo lo que la gente dice es algo muy natural en el ser humano, ya que cada uno de nosotros tenemos nuestra muy particular forma de pensar y de hacer las cosas, o como diría mi madre, “cada uno tiene su propia manera de matar pulgas”. En otras palabras, no debemos imponer nuestra forma de pensar a los demás. Esto significa poner en práctica nuestro primer principio U/U de afirmar y fomentar el valor y la dignidad propia de cada persona.

Quinto: Debemos tener en mente que nosotros no podemos resolver todos los problemas de las personas que nos buscan para que los escuchemos, no siempre tenemos una solución para todos los problemas. Cuando alguien me dice que el problema que tiene es que no tiene trabajo, a mí me gustaría en ese momento poder ayudarle, pero no está en mis manos el poder hacerlo, ya que yo no soy el dueño de una empresa para poder darle trabajo, ni tengo conocidos que le pudieran dar un empleo. Cuando alguien me dice que necesita dinero para pagar algunas deudas que tiene, en ese momento me gustaría ser millonario y poder ayudar a quien me lo solicite, pero mis recursos económicos son limitados que no puedo ayudar. Cuando alguien me platica, por ejemplo, que le fueron infiel, no puedo ni dar marcha atrás al tiempo para evitar la infidelidad, ni meterme en la mente de cada uno para solucionar el conflicto.

Cuando logramos escuchar, podemos ayudar a nuestro prójimo y sentir compasión. La compasión es uno de los valores del ser humano que es capaz de comprender la situación del otro conectándose desde un sentimiento espontáneo de solidaridad.

A cada uno de nosotros nos toca solamente escuchar y de acuerdo a nuestra propia experiencia, hacer algunos comentarios, pero nunca intentar solucionar los problemas a los demás. Debemos dejar que cada persona tome sus propias decisiones con dignidad, aun cuando pensemos que puede estar equivocada. Le debemos dar el espacio suficiente para que se dé cuenta por sí misma qué es lo que anda mal y como él o ella pueden solucionar sus problemas. 

Y finalmente, aceptar la gratitud de la otra persona y le decirle cuánto bien nos hace saber que la pudimos escuchar cuando lo necesitaba. Con respecto a esto, cuando yo daba consulta como médico, y la gente me daba las gracias, yo en lugar de decirles el clásico de nada, yo les daba las gracias a ellos, y cuando alguien me preguntaba por qué le daba las gracias, yo les decía que porque me había permitido ayudarle.

 

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El doctor Roberto Padilla es miembro de la Primera Iglesia Unitaria de San Jose, California.
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