¿Qué será lo que los viajeros traerán a casa con nosotros? Seguramente habrá fotos y regalos, historias y aprendizajes. Pero creo que también se traerán consigo una forma de «ser» que todos nosotros podemos compartir.

 

Mientras escribo el 22 de julio, los 21 viajeros de la Primera Iglesia Unitaria de San José que vamos a nuestra Iglesia hermana en Homoródszentmárton, Rumania, llevamos cinco días en nuestro viaje de dos semanas. Ya estamos profundizando en ciertos rituales y descubrir los hilos comunes en medio de la extrañeza y novedad.

A menudo, por ejemplo, cuando un grupo de nosotros se reúne para la cena después de un día completo, nos preguntamos mutuamente, «¿qué les sorprendió (o les encanto o movió) hoy?, ¿cuál fue el reto (o el miedo o la dificultad)?» A veces añadimos «¿cómo mantienen su espíritu fuerte frente a la decepción o tiempos difíciles?»

Luego, mediante una invitación mutua, escuchamos como cada persona habla desde el corazón. La conversación va profundizándose. Nos hace reír. Nos preguntamos en lo diferente que somos y también en lo similar que somos. Es como una sesión breve del ministerio de pequeños grupos, mientras todos estamos compartiendo alguna limonada o probando algún nuevo plato húngaro.

Durante el día llenamos nuestros sentidos con sonidos y lugares nuevos. Escuchamos historias de nuestros parientes unitarios acerca de vivir como una minoría oprimida en su país. Aprendemos acerca del coraje, persistencia y comunidad que recorren profundamente el pasado y el presente de nuestra fe. Nos encontramos con música por todas partes y tenemos encuentros con extraños con quienes compartimos solo fragmentos de una lengua u otra.

Conozco a Zsuzsi en una pequeña tienda de arte— realmente es más como un armario—que abre en un callejón sombreado. Ella sabe algunas palabras en inglés, yo sé algunas en húngaro. Ella me enseña cómo decir «original, hecho a mano» en húngaro—aunque no puedo estar segura de que lo sean las múltiples copias de las miniaturas, me encantan y no puedo permitirme que son realmente hechos a mano. Pero no importa: la luz en nuestros ojos y la alegría en nuestros corazones mientras nos conocemos una a la otra, son auténticos. Correr el riesgo de conexión a través de las diferencias y limitaciones paga dividendos sin precio.

En la primera noche de los viajeros en Kolozsvár, la capital del Unitarismo en Rumania y Hungría, uno de nosotros tiene una grave caída con un vuelo corto desde los pegosteosos escalones cerca de un conjunto de cajeros automáticos. Dos extraños se arrodillan al instante junto a ella y el resto de nosotros rondando cerca de nuestra amiga caída. «Somos locales», dicen ellos. «¿Cómo podemos ayudar?» Ofrecen correr a un mercado cercano a conseguir algo de agua; quince minutos más tarde, regresan no solo con agua, pero también con toallitas antisépticas, vendas y servilletas que podemos utilizar como pañuelos desechables.

Nosotros nos admiramos cómo, instantáneamente y sin cuestionamientos, estos ángeles rumanos entran en acción. «¿Cuáles son sus nombres?» Les pregunto. «Sergio y Madonna», nos dicen. (¡Nosotros realmente no podemos inventar esto!)

La viajera que tropezó—y cuyo robusto sentido del humor ha permanecido fuerte—les sonríe a ellos. No hay ningún hueso roto, ninguna conmoción—y a la mañana siguiente ella dirá que sus profundos raspones y moretones están curándose con una velocidad sin precedentes «porque yo estaba rodeada de ayudantes.»

¿Qué será lo que los viajeros traerán a casa con nosotros? Seguramente habrá fotos y regalos, historias y aprendizajes. Pero creo que también se traerán consigo, una forma de *ser* que todos nosotros podemos compartir, si alguna vez llegamos a viajar por la opción o no. Sólo necesitamos valorar y tallar cada día suficiente espacio para estas prácticas de arraigarse. Todos los días, podemos preguntarnos a nosotros mismos y a los demás lo que nos ha sorprendido o encantado o movido, lo que era difícil o desafiante y lo que nos ayudó a mantener nuestro espíritu fuerte. Todos los días, podemos escuchar cómo nosotros, nuestra familia y amigos responden y podemos ver nuestras vidas profundizar y ampliarse.

Cada día nosotros podemos contactar al forastero, a la persona que parece vivir a través de una diferencia insalvable de nosotros. Y con una pequeña traducción creativa y mucho de un auténtico sentimiento, podemos descubrir cómo estamos conectados en el corazón.

Y cada día podemos demostrar—sin cuestionamientos—cuando alguien se tropieza y podemos ofrecer hacer lo que podamos. ¿Quién sabe cómo son nuestras palabras y simples acciones que pueden acelerar la curación?

Estas prácticas son algunos de los regalos que los viajeros traerán consigo a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestra querida comunidad de la Primera Iglesia Unitaria de San José. Hacer el Amor Visible, nosotros ahora sabemos que puede suceder en cualquier lugar, en cualquier momento y en cualquier idioma. ¡Pueda esta manera de estar creciendo fuerte entre nosotros!

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Roberto Padilla

El doctor Roberto Padilla es miembro de la Primera Iglesia Unitaria de San Jose, California.
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