Sabemos que para conservar una buena salud debemos alimentarnos bien, hacer ejercicio, tener el hábito de la limpieza y tratar de protegernos de muchísimas enfermedades a través de las vacunas. ¿Entonces si nuestra alma o espíritu se enferma con emociones negativas, es posible que nos podamos curar?

 

¿Quién en algún momento de su vida no ha sentido ira, cólera, resentimiento, rencor, envidia, autoestima exagerada, petulancia o fe ciega? ¿Quién no se ha levantado una mañana con una gran alegría o, por el contrario, se han levantado de un humor negro? ¿Quién en algún momento de su vida no ha discriminado a alguien, o ha sido discriminado por alguien? ¿Quién no ha sentido miedo, coraje o preocupación? ¿Y quién de los que estamos leyendo esto, hemos sentido compasión, amor, generosidad, benevolencia, amistad o autoestima merecida hacia uno mismo? Levanten la mano aquellxs que nunca han sentido ninguno de este tipo de sentimientos, buenos y malos. Para cada unx de estos términos, la religión los engloba dentro de las virtudes y de los defectos, y la filosofía dentro del capítulo de los sentimientos.

Cuando comencé a estudiar medicina, las primeras clases fueron las de anatomía y fisiología. En estas clases aprendí a identificar todas las partes del cuerpo humano, así como su funcionamiento. Conforme fui pasando de ciclos, las clases se fueron tornando más específicas y a la vez más complicadas. En cada ciclo fui estudiando cada una de las partes del organismo, así como sus enfermedades por separado del resto del cuerpo y prácticamente al final de la carrera, me toco integrar cada uno de los sistemas que conforman nuestro cuerpo en un solo sistema, el cuerpo humano, la vida humana. Pero nunca tuve una clase para identificar donde se ubicaba y como funcionaba el espíritu, o el alma, o adonde nacen las emociones o los pensamientos.

Algunas emociones nos sirven para protegernos, como por ejemplo el miedo. A través del miedo, nuestro organismo se prepara para la lucha o para la huida y con ello preservamos nuestra integridad física. Otras emociones como, por ejemplo, la amistad nos sirve para no sentirnos solxs, como diría el psicólogo Abraham Maslow: “La necesidad de pertenencia al grupo, de ser aceptadxs dentro de una célula social”. Un amigx es quien te ayuda en todo momento, quien comparte tus buenos y malos momentos, quien consigue sacarte una sonrisa en los momentos mas difíciles, es quien te hace sentir que no estás solo en cualquier problema. Ahora la pregunta sería, ¿para qué nos sirve el rencor, la avaricia, el odio o la discriminación, por ejemplo?

Cuando estudié neurología en la escuela de medicina, el conocimiento del cerebro humano no estaba tan adelantado como lo esta el día de hoy. En aquel entonces, estoy hablando de hace más de 40 años, lo único que sabíamos es que las emociones y los pensamientos se generaban en el cerebro, pero sin tener una idea de cómo, ni en donde. Actualmente, la neurociencia no solamente estudia las funciones del cerebro como son el habla, el movimiento físico, la visión, el dolor, el equilibrio de nuestro cuerpo en relación al espacio, las múltiples hormonas que el cerebro elabora y como actúan en la vida diaria, así como las hormonas que el cuerpo produce y afectan la función del cerebro o las enfermedades del sistema nervioso. Ahora, los neurólogos también están estudiando las emociones como una parte integral del cerebro, así como la memoria y los pensamientos.

La neurociencia llama emociones negativas o destructivas a aquellas emociones que nos dañan a nosotrxs mismxs y a los demás. Las emociones positivas son aquellas que nos ayudan a ser mejores seres humanos, adquiriendo a través de estas emociones, paz interior y reflejándola hacia los demás seres humanos y las emociones neutras son aquellas que las podemos tornar en positivas o en negativas. Ahora los neurólogos están estudiando los fundamentos genéticos de las emociones, las funciones cerebrales con respecto a los sentimientos y de que parte del cerebro provienen. La neurociencia ha encontrado que los pensamientos se originan en la corteza cerebral que se encuentran en la parte frontal y las emociones se originan en el lóbulo parietal y occipital de la corteza cerebral. Algunas como el miedo por ejemplo, se encuentran en la amígdala cerebral, la cual se encuentra en el centro de nuestro cerebro.

¿Pero qué entendemos por emoción? La palabra emoción procede del latín “emovere” y se refiere a algo que pone a la mente en movimiento, hacia una acción positiva, negativa o neutra. Cada uno de estos tipos de sentimientos o emociones son parte integral de cada unx de nosotrxs, son parte del alma como dicen los filósofos y los teólogos “En el alma se hallan los instintos, los sentimientos y las emociones de los seres humanos”. Descartes define alma como la parte pensante del ser humano, mientras que Fichte la define como el saber y la acción y Hegel dice que el alma es el autodesarrollo de la idea. Desde el punto de vista psicológico, todas las emociones están íntimamente asociadas al “yo”, esto quiere decir que todxs poseemos emociones negativas, positivas y neutras. La idea de la neurociencia al estudiar esta parte de la función cerebral es el de tratar de saber como manejar las emociones negativas, para no dañarnos a nosotrxs mismxs ni a los demás.

El Dr. Duncan MacDougall postula que encontró el alma en medio de una marea de neurotransmisores e intrincadas estructuras cerebrales. La base de su descubrimiento fue la observación del cerebro, que es como buscar en la caja negra de un avión. En su observación resalta que:«lo que vemos y cómo lo interpretamos produce la acción de una gran cantidad de neuronas por todo el cerebro que cataloga, emula, recuerda y mide. Es lo que llamamos “tomar conciencia” de donde estamos, pero esto es más que la transmisión de información y su proceso”.

En las diferentes religiones del mundo, se tiene la idea de que, si uno es buena persona, el premio al morir será ir al cielo, o al paraíso, o se conseguirá el nirvana y, si por el contrario, uno fue mala persona, entonces será castigadx con el infierno o reencarnaremos para regresar a pagar por el mal que hayamos hecho. El ser una persona buena a mala tiene mucho que ver con nuestras propias emociones y, por supuesto, con el entorno sociocultural en donde nos hemos desenvuelto cada unx de nosotrxs. Entonces ustedes se preguntarán, si yo soy mentirosx, manipuladxr, egoísta o iracundx, es porque así está conformado mi cerebro, además de que eso fue lo que yo aprendí de mis padres y del grupo social en el que me desarrolle, ¿entonces por qué voy a ser castigado con el infierno si no soy culpable de ser como soy? Cuando uno tiene emociones negativas, algunos teólogos cristianos y católicos conservadores se refieren como tener el alma enferma. ¿Enferma? Entonces, si el alma se enferma puede ser curada (ups, yo siempre pensando como médico).

Desde el punto de vista de la medicina, sabemos que para conservar una buena salud, debemos alimentarnos bien, hacer ejercicio, tener el hábito de la limpieza y tratar de protegernos de muchísimas enfermedades a través de las vacunas. ¿Entonces, si nuestra alma, o espíritu se enferma con emociones negativas, es posible que nos podamos curar? ¿En dónde venden la medicina? ¿Se toma, se inyecta o se unta?

Creo que todos hemos discutido con nuestra pareja o con nuestros hijos o con ambos, en esos momentos, respondemos con enojo, frustración e ira y en ocasiones con violencia, y a veces decimos cosas que no queremos decir y terminamos ofendiendo aun a la gente que más queremos, o dañamos a alguien y a nosotrxs mismxs. La ira es una emoción muy problemática, es una emoción que con mucha frecuencia nos lleva a dañar a los demás ya que algunas personas la experimentan con mucha violencia, además la ira es contagiosa, porque la ira genera más ira y esta lleva a la violencia física, mental o a ambas.

Una manera de contrarrestar este tipo de emociones destructivas, o por decirlo de otra manera, de evitar que nuestra alma se enferme, es el de crear anticuerpos que nos eviten llegar a este tipo de estados patológicos. Si, exactamente como actúan las vacunas en contra de ciertas enfermedades y, si ya estamos enfermxs, también hay cura para ello; los neurólogos modernos sugieren que el antídoto o el anticuerpo específico en contra de las emociones destructivas son la empatía y la compasión. Las personas raramente pensamos en lo que sienten o piensan los demás, aun nuestros seres más queridos. En palabras sencillas, llamamos compasión a la capacidad de sentirnos próximos al dolor de los demás y la voluntad de aliviar sus penas y la empatía se entiende como el hecho de ponerse en los zapatos de los demás. Si deseamos tener compasión, el primer paso consiste en cultivar sentimientos de empatía.

Debemos reconocer el sufrimiento de aquellxs por quienes sentimos compasión,  de este reconocimiento les acerca aún más a nosotrxs. Hace falta mantener la atención para ver a los demás a través de un lente libre de egoísmo. Es importante que nos esforcemos por distinguir el enorme impacto que los demás causan en nuestro bienestar. Cuando nos resistimos a dejarnos llevar por una visión del mundo centrada en nosotrxs mismxs podremos sustituir esta visión por otra que incluya a todos los seres vivos, pero no debemos esperar que este cambio de actitud se produzca de forma repentina. Tras el desarrollo de la empatía y la cercanía, el siguiente paso importante para cultivar nuestra compasión consiste en penetrar en la verdadera naturaleza del sufrimiento.

Entonces, como nuestra compasión por todos los seres debe emanar del reconocimiento de su sufrimiento. La medicina para este tipo de enfermedades del alma, consiste en la meditación. Una característica específica de la meditación o la contemplación, como la nombran los budistas, es que tiende a ser más poderosa y eficaz si nos concentramos en el dolor propio y luego ampliamos el espectro hasta alcanzar el sufrimiento de los otrxs. Nuestra compasión por ellxs crece a medida que reconocemos su propio dolor, ya que todxs simpatizamos de forma espontánea con alguien que está pasando por el sufrimiento evidente asociado a una enfermedad dolorosa o a la pérdida de un ser querido.

El Dalai Lama nos dice que este tipo de sufrimiento en el budismo recibe el nombre de “sufrimiento del sufrimiento”. Sin embargo, resulta más difícil sentir compasión por otro tipo de sufrimiento, por ejemplo, los que sufren de envidia o egoísmo. Este tipo de dolor es muy difícil de imaginar por aquellxs que no lo sufren.

El Budismo nos dice que existe un nivel de sufrimiento aún más profundo y más sutil que experimentamos constantemente, que es el sufrimiento como consecuencia del carácter cíclico de nuestra propia existencia, o sea del cambio. Este nivel de sufrimiento impregna todas nuestras vidas, condenándonos a girar una y otra vez en círculos viciosos llenos de emociones negativas.

Cuando conseguimos combinar el sentimiento de empatía por los otrxs con una profunda comprensión del dolor que sufren, llegamos a sentir una verdadera compasión por ellxs. Como Unitarios Universalistas esto es algo en lo que debemos trabajar continuamente. Esto lo podemos comparar con el proceso de encender un fuego frotando dos palos: sabemos que hay que mantener una fricción constante para prender fuego a la madera, porque si no lo hacemos de esta manera, no lograremos obtener fuego, es exactamente igual con la meditación, debemos practicarla continuamente.

Pero yo no sé cómo meditar, me dirán ustedes. La primera ves que escuche hablar a la Rev. Lilia Cuervo acerca de la meditación, lo primero que yo le dije a ella, es que la meditación no se había hecho para mí, ya que me es imposible mantener mi cerebro totalmente callado. Cuando la Rev. Lilia Cuervo me decía, cierra los ojos, respira profundamente y trata de poner en calma tu mente, justo en ese momento, mi mente empezaba un diálogo, que terminaba con un escándalo dentro de mi mente. Justo en ese momento, mi cerebro recordaba cosas que no había hecho, cosas que quería hacer, personas con las que querría o debía hablar, es más, a veces hasta me ponía a cantar; en fin, en ese momento de meditación, mi mente no cooperaba mucho. Yo le decía a la reverenda Cuervo que me sentía un hipócrita porque yo solamente simulaba que lo hacia, pero en realidad no podía. Ella me dijo que cuando empezamos a todos nos pasa igual.

Un día leí en alguna parte un consejo del Dali Lama con respecto a la meditación, en donde decía que si uno es de esas personas que nos distraemos muy fácilmente cuando tratamos de poner nuestra mente en calma, lo que debemos hacer es sentarnos cómodamente, cerrar los ojos y concentrarnos en nuestra propia respiración. Centrar nuestra atención en el como entra el oxigeno en nuestros pulmones y en el como sale. Conforme lo sigamos haciendo, nuestra mente poco a poco va dejando de poner atención a nuestra respiración y lograremos poner nuestra mente en calma. Entonces lograremos realmente meditar, pero esto lo tenemos que hacer frecuentemente, por no decir que todos los días, porque el intentarlo de modo ocasional no nos aporta ningún beneficio, solo es una pérdida de tiempo. Los expertos dicen que es mejor no dedicar mucho tiempo al principio a la meditación. En una noche no generaremos compasión por todos los seres vivos, ni tampoco en un mes o en un año. Solo con ser capaces de reducir el alcance de nuestras propias emociones destructivas, ya podremos decir que hemos aprovechado esta vida. En cambio, si nos empeñamos en conseguir el estado de iluminación en poco tiempo, pronto nos cansaremos.

La compasión y la empatía son las vacunas y al mismo tiempo los  antídotos en contra de las emociones negativas y con ello mantendremos nuestro espíritu sano, la meditación sería el vehiculo para lograrlo. Por supuesto, si también mantenemos nuestro cuerpo sano, podremos lograr el equilibrio de mente sana en cuerpo sano. La música, el baile, una alimentación sana, el estudio, la lectura, las conversaciones con los amigos, la alegría y un buen sueño reparador son parte de los ejercicios que mantendrán a nuestro espíritu en buenas condiciones, para que este no se enferme o para que pueda luchar más fácilmente en contra de las enfermedades.

El cuerpo humano es una unidad donde cada uno de sus sistemas y órganos, incluyendo al  espíritu, están íntimamente relacionados. Debemos reconocer que el proceso de abrir nuestro corazón con compasión hacia los demás, no es diferente que el ir al gimnasio a hacer ejercicio o ir al médico a que nos vacunen para evitar algunas enfermedades. No hay ninguna receta mágica que haga brotar la compasión o la bondad; hay que dar forma a nuestra mente de manera hábil, audaz y, con paciencia y perseverancia veremos cómo crece nuestra preocupación por el bienestar de los otrxs y podremos mantener nuestro espíritu sano.

Alma, compasión, empatía, enfermedad, meditación

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Roberto Padilla

El doctor Roberto Padilla es miembro de la Primera Iglesia Unitaria de San Jose, California.
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