Frente a las interpretaciones y visiones literales se levantan las liberales, en las que priman la razón, el intelecto y los métodos científicos y académicos para acercarse a los textos neotestamentarios bien canónicos o extracanónicos que pueden ayudar a una comprensión aséptica de los mismos y a la reflexión madura y personal que lleve a unas conclusiones no tamizadas o interesadas.


La imagen que ilustra este artículo es una miniatura del Misal Beinecke, escrito e iluminado en Francia en una fecha aproximada entre 1470 y 1475. En ella se aprecia cómo un diablo que camina hacia una montaña en la que se vislumbra una ciudad y la cima cuya se intuye pero no aparece a la vista, lleva entre sus brazos a Jesús hacia ella. A día de hoy y desde la perspectiva de un cristiano de cualquier confesión la imagen puede causar estupor y si no se conoce el pasaje exacto al que se refiere incluso se le podría dar una interpretación satírica o irreverente, pero nada más lejos de la realidad, ya que esta miniatura es hija de una interpretación absolutamente literal del Nuevo Testamento.

Esta imagen hace alusión al capítulo cuarto del Evangelio de Mateo en el que se narran las tentaciones de Jesús. Por una parte, y aunque no entraré en excesivo detalle, es interesante analizar la apariencia reptiliana del diablo. La serpiente es en la cosmología hebraica y más tarde en la cristiana la representación del Mal, baste pensar en el Jardín del Edén y la tentación de Eva, aunque ese origen debe buscarse en el mundo del Próximo Oriente antiguo donde los reptiles tienen carácter ambivalente aunque en muchos de los casos son manifestaciones de la maldad, contra la cual se lucha, pero nunca se vence del todo porque para que el bien exista debe de existir su antítesis. Así lo entendieron muy bien los iluminadores mozárabes que ilustraban el Comentario al Apocalipsis de Beato de Líebana en la Hispania del siglo VIII y siguientes, donde la bestia de Apocalipsis 12 se enrosca sobre sí misma creando un nudo, símbolo de lo infinito. Estos iluminadores mozárabes eran herederos de las creencias arrianas y muchos de ellos arrianos encubiertos todavía en una época tan tardía donde incluso el Arzobispo Elipando, Primado de Toledo, defendía abiertamente una concepción unitaria del cristianismo arropado por la libertad con la que podía expresarse en la Hispania musulmana, mucho más dispuesta a convivir con cristianos unitarios, más cercanos al Islam, que con los trinitarios que habían quedado reducidos en los territorios norteños.

En cualquier caso, pensemos que el Pentateuco (los cinco libros que conforman la Torá judía y constituyen los primeros libros del canon bíblico cristiano) no es, ni mucho menos, la parte más antigua de la Biblia y se redacta durante el cautiverio de Babilonia en tiempos de Jeremías, cuando ya el pueblo hebreo ha terminado su larguísimo proceso de transición del politeísmo al henoteísmo y de éste al monoteísmo sin fisuras, etapas todas de las que en el Antiguo Testamento quedan rastros más o menos solapados. De esa asimilación iconográfica del diablo con el reptil surgirán las representaciones de dos arquetipos que van a perdurar milenios: San Miguel Arcángel y San Jorge, el uno luchando contra la serpiente alada, el otro contra el dragón, como asimilaciones de tantas deidades y divinidades anteriores, muestra de un dualismo que necesitaba cristianizar los principios gnósticos y maniqueos de la lucha entre el bien y mal y el origen de este último, que dio como resultado más de una alambicada especulación teológica que diera explicación a la creación y origen del mal, no resuelta veintiún siglos más tarde por las iglesias sucesoras del cristianismo niceno.

Este demonio lleva, como si de un fardo se tratase, a Jesús hacia la montaña y algo que, como al comienzo señalé, hoy puede parecer extraño e incluso a algunos ojos incluso blasfemo, no es más que el resultado de una interpretación absolutamente literal de la Escritura. La ilustración puede identificarse perfectamente con un versículo, el quinto concretamente Llevóle entonces el diablo a la ciudad santa (cf. Mt 4,5 versión Nácar-Colunga) pero en la Vulgata, la versión latina oficial traducida por Jerónimo, dice exactamente Tunc assumit eum Diabolus in sanctam civitatem de donde ese assumit se entendió en su sentido más literal de cargar y no el de llevar consigo con lo que el miniaturista no tuvo ningún tipo de reparo en presentarnos a un diablo que cargaba con sus brazos una figura absolutamente hierática y que parece no pesar, vista la ágil zancada del demonio, que bien podría ser una estatua más que una persona real. Esta representación en la que se hace una interpretación literal de una traducción del Nuevo Testamento nos hace plantearnos varias cuestiones.

La primera de ellas es la necesidad de ir a las fuentes originales griegas (cuando de los textos canónicos se trata) para entender exactamente o intentar entender con la mayor exactitud posible qué nos dice el texto evangélico. Es cierto que hoy en día y con el menosprecio al que se ha sometido a las Humanidades en los sistemas educativos de nuestras naciones el conocimiento de las lenguas clásicas ha caído en picado por una mala concepción del utilitarismo. Si no se poseen conocimientos suficientes del griego, lo mejor será siempre acudir a una versión que nos ofrezca una traducción lo más cercana posible al original. Estoy seguro que todos pueden tener cerca a alguna persona con conocimientos de Biblística que pueda indicarles una versión apropiada. Pensemos que nos separan casi veintiún siglos de esos textos y en ese lapso de tiempo el significado de muchos conceptos ha variado de un modo brutal, con lo que una mala interpretación del texto bíblico puede dar lugar a nefastas consecuencias. El griego es una lengua riquísima en su polisemia y los múltiples significados de una sola palabra plantean enormes dificultades a la hora de traducir con fidelidad.

La segunda de ellas sería la de los peligros de la literalidad. El ejemplo medieval que he tomado para esta reflexión puede resultar bizarro o incluso hilarante y es incluso extremo de lo que se plantea como una mala interpretación de una mala traducción. Existen traducciones de la Escritura a las que se les ha dotado ex profeso de una intención dada y, en otros casos, se han tomado tan al pie de la letra que se ha desvirtuado por completo el espíritu original. Así pues y cuando alguien se enfrenta por primera vez a la lectura del Nuevo Testamento en lengua original o en una traducción fiel y se hace el enorme esfuerzo de leerlo sin prejuicios, intentando acercarse a él como si de algo completamente nuevo se tratara, los resultados son sorprendentes.

Leer esos textos con un espíritu científico dan una perspectiva completamente diversa al contenido de la que se pudiera poseer con anterioridad se sea creyente o no, cristiano o menos, independientemente de la confesión cristiana en la que se haya educado, ahí tendremos ante nosotros por primera vez la figura del Jesús histórico despojado de los elementos que le atribuye el corpus paulino, aunque éste influya sobre los textos sinópticos y joánico. A partir de ese momento todo comienza a comprenderse de otro modo, quizá ahí encontremos la explicación de la prohibición secular católica de la lectura de las Escrituras para quienes no fueran clérigos hasta el Concilio Vaticano II y el desinterés que incluso después de éste se ha tenido de forma generalizada primando los aspectos de la tradición y el magisterio sobre la escritura, para la que no existe interpretación posible fuera de la jerarquía eclesiástica, o la fijación de las iglesias de la Reforma, como reacción a lo anterior, por la traducción a lenguas vernáculas y la memorización del texto íntegro en muchos casos alejada del texto primitivo, como he señalado, y que hace que se tomen con tal reverencia esas traducciones memorizadas versículo por versículo a las que se dota de un significado tan inamovible y sesgado que por su descontextualización no podrían estar más alejados de su intención primigenia. En ambos casos asistimos a un exceso de celo en la literalidad, bien por querer alejarlas de los fieles por miedo a que descubran lo que realmente dicen y velándolas con complejos significados teológicos, bien por darles un enfoque concreto en la inmutabilidad de las traducciones interesadas, que no pueden casar con un concepto liberal de las mismas.

Frente a las interpretaciones y visiones literales se levantan las liberales, en las que priman la razón, el intelecto y los métodos científicos y académicos para acercarse a los textos neotestamentarios bien canónicos o extracanónicos que pueden ayudar a una comprensión aséptica de los mismos y a la reflexión madura y personal que lleve a unas conclusiones no tamizadas o interesadas. Es un camino complejo, pero profundamente satisfactorio, que puede realizarse con una ayuda especializada en la que se den unas pautas acerca de los procesos de redacción y que aconseje cómo realizar la lectura de un modo didáctico para que se optimicen los esfuerzos. Ciertamente es un proceso que puede durar toda la vida, ya que se puede profundizar ad infinitum, pero que supone un reto y sirve para llevar adelante esa formación continua a lo largo de toda la vida que tan necesaria es desde un punto de vista no sólo religioso o intelectual, sino también personal.

Ahora comienza el tiempo de Cuaresma para las distintas confesiones cristianas con ligeras variaciones en su calendario y duración, es un momento que recuerda el carácter cíclico y celeste del cristianismo, vinculado este período a los ciclos agrarios del final de invierno en el hemisferio boreal y vinculado a la primera Luna llena tras alcanzar el Sol el equinoccio de primavera. La ilustración del pasaje del texto mateano se vincula con los cuarenta días que, según los tres Evangelios sinópticos (Juan nada habla de ello), pasó Jesús en el desierto después de su encuentro con el Bautista y antes de comenzar su predicación, que nos muestran, desde un aspecto simbólico, una imagen de Jesús fuertemente humana y de un mesianismo triunfalista y que únicamente pueden entenderse en su totalidad a la luz de pasajes veterotestamentarios como numerosos pasajes de Génesis, Éxodo y Deuteronomio, así como Zacarías 3, Nehemías 8, Salmos 91, Reyes 19. Obviamente también sería necesario acudir a las numerosas fuentes cristianas extracanónicas que lo tratan, así como a textos judíos para entenderlos en su plenitud como el Peshiqta Rabbati, o clásicas, como las Antigüedades Judías de Flavio Josefo, especialmente su capítulo 20, dedicado a Santiago, hermano de Jesús.

Como último apunte señalo que el término que el autor de Mateo utiliza para lo que en castellano se traduce como tentación es πειρασµος que, sin embargo, significa más bien prueba, no careciendo del carácter vinculado al pecado que posee en nuestra lengua y teniendo más relación con la superación de obstáculos para cumplir una misión. Dejando sobre la mesa estas cuestiones puramente lingüísticas de este pasaje y sus numerosas interpretaciones, cierro estas líneas en las que invito a comenzar una lectura personal y sosegada del Nuevo Testamento con un espíritu crítico y, por qué no decirlo, escéptico, porque la duda es el principio de todo conocimiento.

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Francisco Acedo

Francisco Acedo Fernández nació en 1971. Completó los Estudios Comunes en la Universidad de Salamanca (1989-1992), al tiempo que estuvo becado en la School of Modern Languages de la Universidad de Saint Andrews (1991) y en la School of European Studies-Sussex European Institute de la Universidad de Sussex (1991-1992). En la Universidad Autónoma de Madrid se licenció en Filosofía y Letras, Geografía e Historia (1994). Amplió estudios en Dublín, Trinity College de Londres, Oxford, Cambridge, Bolonia y Roma.
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