La oración es una de las prácticas espirituales más comunes y ancestrales. Las personas acuden a la oración con distintos propósitos: dar gracias, pedir algo para uno mismo o para los demás o simplemente para adorar o hacer reverencia al concepto de Divinidad que tenga cada persona.

En mi experiencia, me he dado cuenta que el poder de la oración no reside precisamente en que las oraciones sean o no escuchadas y que por ello se cumplan o no nuestras peticiones. En muchas ocasiones, el simple hecho de poner en palabras lo que en ese momento estamos experimentando puede ayudarnos a sanar. Cuando nos preocupamos por alguien y no podemos hacer nada para mejorar su situación, el hacer una oración por ellos es una manera de hacerles saber que no están solos y que sentimos una preocupación real por ellos. Y el dar gracias en una oración puede ayudarnos a volvernos más conscientes de las riquezas que tenemos que de nuestras carencias.

Lee la siguiente historia atribuida a Anthony de Mello:

“El hermano Bruno oraba una noche antes de dormir cuando empezó a escuchar el canto de una rana. Hizo lo posible por ignorarla pero mientras más lo intentaba más escuchaba su canto. Así que se levantó, se asomó por la venta y gritó “Silencio que estoy orando”. Como el hermano Bruno era un santo, inmediatamente todos los seres vivos se callaron.

Pero de repente otro sonido empezó a perturbar su oración. Era el sonido de su voz interior diciendo “Tal vez a Dios le complazca el canto de la rana tanto como tus salmos” Sino, ¿Por qué inventaría Dios ese sonido?”

Bruno se levantó de nuevo, se asomó por la ventana y dijo “Canten” El canto de la rana y de todas las ranas cercanas empezó a llenar el aire. Bruno escuchó atento el sonido y se dio cuenta de que si dejaba de resistirlo, el sonido enriquecía el silencio de la noche. El corazón de Bruno se armonizó con el universo y por primera vez en su vida entendió lo que significaba orar.”

¿Qué te enseña la historia del hermano Bruno?

En esta semana te invito a practicar la oración. Expresa en voz alta y con intención tus deseos, preocupaciones y agradecimientos. Tal vez solo quieras, como el hermano Bruno, prestar atención y dejar que tu corazón se armonice con todo lo que te rodea. No hay una fórmula perfecta, ni una manera correcta de orar. Solo encuentra un momento de silencio y espacio para tus reflexiones. Si te sientes cómodo, dirige tu oración a Dios o a cualquier concepto de Divinidad que tengas. Puedes utilizar palabras como “Dios”, “Espíritu de la vida” “Espíritu del amor” o a cualquier otra palabra que utilices para referirte a aquello que es más grande que tú. Si no tienes un concepto de divinidad, no importa, simplemente expresa tus buenos deseos en voz alta. Por ejemplo “Doy gracias por…, Que las personas que amo…, etc”.

Cuéntanos tu experiencia con este ejercicio espiritual.

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Tania Márquez
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