Por Francisco Acedo. En Rávena, la última capital del Imperio Romano, regida por el rey unitario Teodorico floreció entre los siglos V y VI una época de convivencia entre cristianos de diversas confesiones que se vería frustrada por la conquista del emperador Justiniano y la imposición del cristianismo trinitario. En ella se conserva el mayor número de restos artísticos unitarios de la tardoantigüedad, gracias a los cuales se puede reconstruir la Historia de un período fertilísimo del unitarismo.


Por Francisco Acedo.

 

Queda aún mucho por escribir desde un punto de vista historiográfico riguroso acerca de los cristianismos no mayoritarios, especialmente en todo lo referente a los movimientos unitarios o dualistas anteriores a la reforma o de aquéllos que se opusieron a las jerarquías de las confesiones mayoritarias a Oriente y Occidente del Mediterráneo. Es difícil labor para el historiador, que tiene que hacer un verdadero trabajo reconstructiva a través de fuentes de la patrística o del magisterio de los principales patriarcados, especialmente el romano y el constantinopolitano, ya que las citas de los autores heterodoxos aparecen en los escritos de defensa de la ortodoxia. Todo ello supone una verdadera labor de reconstrucción haciendo uso de las técnicas de la Crítica Textual con un profundo trabajo de laboratorio. En cualquier manual al uso de Historia de la Iglesia estos cristianismos se tratan de pasada, soslayando la vital importancia de muchos de ellos, y en la mayor parte de los casos tildados como herejías. Ciertamente, la revisión del uso del lenguaje en este campo de la Historia de la Iglesia urge a gritos un cambio. No es baladí el estudio de los mismos, porque en algunas obras se parece dar a entender que las ideas de Servet, por ejemplo, aparecen por ciencia infusa, cuando tras él existe una vinculación albigense, muy enraizada en la zona del Maestrazgo, y que conecta este pensamiento con los gnosticismos tardíos bajomedievales, que a su vez enlazan con tradiciones unitarias tan tempranas cuyos orígenes pueden remontarse hasta los años posteriores de la muerte de Jesús de Nazaret.

Por fortuna, se conservan restos materiales abundantes de una de las corrientes mayoritarias del cristianismo unitario, la conocida como arrianismo y que, durante al menos cuatro siglos, compitió en igualdad de condiciones con el cristianismo niceno. Se escapa de los límites de este artículo la exposición del desarrollo del movimiento y de su doctrina, pero cualquier lector puede encontrar buena bibliografía sobre el tema o fuentes fiables en la red. Los restos arrianos mejor conservados son los de Rávena, la última capital del Imperio Romano de Occidente, hasta el 476, con la deposición de Rómulo Augústulo, el último Emperador. Teodorico el Grande, rey de los ostrogodos, establece en ella su capital en el 493 y la dota de magníficos edificios que han llegado hasta nuestros días. Teodorico profesaba la fe unitaria y no intentó en ningún momento imponer sus creencias, permitiendo que convivieran el cristianismo arriano y el niceno, motivo por el que muchos templos se duplican en esta tolerante Rávena donde florece un período de tolerancia entre las comunidades unitarias y trinitarias. Este período ha sido llamado el Compromiso Ostrogodo. Durante los últimos años de su reinado Justiniano, emperador de Oriente, comienza su persecución a los cristianos unitarios y el entendimiento entre ambas comunidades comenzó a entrar en una crisis de estabilidad.

Testigo de estos avatares fue la Basílica de San apolinar Nuevo, que en un principio se construyó como capilla palatina del complejo real de Rávena, con el nombre inicial de Domini Nostri Jesu Christi y que poseía un interesantísimo programa iconográfico musivo. La conquista de Rávena por el Emperador Justiniano en el 540 pondrá fin a la pacífica convivencia entre cristianos de las dos confesiones y la imposición del entonces llamado cristianismo ortodoxo (hay que recordar que Roma y Constantinopla aún estaban en comunión) hecho que produciría la conversión de la basílica unitaria en un templo católico consagrado a San Martín de Tours, adalid de las doctrinas romanas. El nuevo obispo ortodoxo de la ciudad, Agnello (hasta entonces Rávena había visto como dos obispos convivían pacíficamente) es el encargado de readaptar los mosaicos de Teodorico, la mayor colección de decoración musiva parietal de la tardoantigüedad, considerados heréticos a partir de ese momento, bajo una perspectiva católica. Veremos cómo sobrevivieron algunos de sus restos y cómo otros persistieron, pese a la implacable persecución y censura.

Los mosaicos de la parte superior de la nave central se conservaron íntegros, ya que éstos estaban consagrados a dos ciclos bíblicos, uno veterotestamentario dedicado a los profetas, mostrados, lato sensu, como fuentes de la fe a través de la escritura y otro neotestamentario con escenas de la vida de Jesús. Estas escenas, pese a haber pervivido a la destrucción ortodoxa, nos ofrecen una visión humana de Jesús. Pensemos que estamos hablando del siglo VI, momento en el que se están sentando las bases de la iconografía cristiana -que durará durante casi todo el Medioevo- con la que la iglesia católica mostrará a un Cristo en majestad, glorioso y ajeno a cualquier sentimiento humano, frente al Jesús humano que podemos ver en estos mosaicos tempranos hijos del cristianismo unitario. A modo de ejemplo el mosaico de la última cena nos muestra a un Jesús triste y abatido y a unos apóstoles con actitudes desconcertadas o el dramatismo del beso de Judas, tan alejados de las visiones que impondrán Roma y Constantinopla de estos pasajes.

La mayor reestructuración se lleva a cabo en el cuerpo inferior, donde se puede intuir que existían representaciones unitarias que resultaban profundamente incómodas a la política de damnatio memoriae del obispo Agnello. Las dos grandes procesiones de personajes que se dirigían hacia Jesús niño y hacia Jesús adulto fueron destruidas y substituidas por un cortejo de vírgenes romanas en el primer caso encabezadas por los magos (no tuvieron en cuenta o no supieron entender los significados mistéricos e iniciáticos que estos personajes mostraban) y en el segundo de mártires ortodoxos, que borraban el “pecado original” de los precedentes mosaicos unitarios. El detalle más curioso se muestra en el aula regia de Teodorico, que puede identificarse perfectamente por la inscripción latina “PALATIVUM”, que se conservó por su belleza, sin embargo las figuras que aparecían en los arcos fueron condenadas a la desaparición y se procedió al vaciado de esas zonas de mosaico las cuales se rellenaron con otros nuevos, representando unas telas a modo de cortinajes. Pero algunas manos de estas figuras quedaron como testigos de la censura intransigente y la destrucción sobre las columnas del palacio. Esas manos unitarias recordarían a los siglos venideros lo que aquel templo fue y que supuso un faro de convivencia y tolerancia.

En sólo cincuenta años Rávena pasó de ser una ciudad tolerante con las diversas confesiones cristianas regida por Teodorico, cristiano unitario, a un lugar en el que Justiniano, cristiano trinitario, impuso un credo por la fuerza lo que afectó incluso a las manifestaciones artísticas. Los restos materiales que poseemos en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad son el mayor conjunto que el cristianismo unitario de los primeros siglos ha dejado en Europa y que nos sirven para entender y reflexionar acerca de aquellos unitarios, lejanos en el tiempo, pero cercanos en la construcción de puentes inmateriales de diálogo y convivencia que fueron barridos por otra visión del cristianismo, monolítica y excluyente.

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