Alguna vez alguien arguyó que sin justicia no puede haber paz. Yo repliqué que sin paz no puede haber justicia. Después de reflexionar bastante llegué a la conclusión de que sin una cierta condición vital no pueden haber ni paz, ni justicia verdaderas, no importa cual creamos que debe ser primera. ¿Entonces, cuál es esa condición vital?


Desde niña escuché que este mundo era un valle de lágrimas y que entre más sufriéramos por el amor de Dios, mejor sería la recompensa que tendríamos en la otra vida. También aprendí que las mujeres debíamos ser sumisas y calladas porque estas eran cualidades femeninas altamente cotizadas. Igual con los pobres en relación con sus amos; aquellos sumisos y sin quejas y así todos vivirían en paz. Comparado con ganar el cielo, o con ser apreciados, el sufrimiento y la abnegación aquí parecían una ganga, una troca ventajosa y justa.

Me aventuro a pensar que tantos siglos de escuchar estas enseñanzas dadas desde tantos púlpitos ayudó a plasmar en la psique latina el carácter sufridor que aguanta en silencio. Entre más aguantas sin quejarte, más valiente eres como mujer me decían. Ahora entiendo como tales mitos han facilitado la opresión de pueblos enteros y del sexo femenino a través de los siglos. Algo que me causa dolor es reconocer cuan fácilmente ideas como esas pueden pervertir nuestras mentes. Recuerdo que en algún momento abrumada por la lucha en pro de la justicia social, sin ver remedio para tantas injusticias, traté de minimizar mi sufrimiento y el ajeno pensando que al final, no era tan grave el problema, porque ¿acaso el que más sufre aquí, no tendrá mejor recompensa allá al estar más cerca de Dios? Más dolorosa y peor aún ha sido la tragedia a través de los siglos, de confundir convenientemente el silencio del oprimido frente a la injusticia y llamarlo verdadera paz.

Cabe entonces preguntarse qué es lo que llamamos justicia y qué es lo que entendemos por paz. De acuerdo con el Diccionario de Religión y Filosofía, Platón y Sócrates vieron a la justicia como la virtud del Estado, la condición en la que cada uno actúa de tal manera que no interfiere con los intereses de los otros. Entonces, para que haya justicia se debe conocer cuáles son los intereses propios y los intereses de los demás. La práctica de la justicia requiere objetividad, es decir ver las cosas desde un punto de vista desprendido del egoísmo y de la sola conveniencia personal.

Sin embargo, a menudo lo que para una persona es justicia para otra es injusticia y viceversa. Resulta difícil no dejarnos afectar negativamente por el vergonzoso debate político en boga en los Estados Unidos en Europa y aun en algunos de nuestros países, donde una facción ve a los inmigrantes como indispensables para la sociedad y la economía y otra los ve como indeseables y aprovechadores que deben ser deportados. Estamos pasando por otra onda de sospechas infundadas y mala voluntad contra poblaciones enteras a causa del color de la piel y de su estatus socio-económico. Infelizmente, con cada amenaza de deportación, con cada inmigrante asediado, se ahondan la angustia, el miedo, la inseguridad, el odio y tantos otros sentimientos nacidos de la impotencia ante la injusticia. ¿Cómo es posible que el atormentar a familias inocentes, separándolas brutalmente para apaciguar y ganar favor político de grupos decididamente nacionalistas y xenófobos sea justicia?

Como acontece con el tema de la inmigración, de tiempo en tiempo se reanuda el debate sobre como los sistemas jurídicos ejercen la ley y hacen justicia. Una pregunta clave en países donde aún existe la pena capital es: ¿es esta justicia o simplemente un asesinato cometido por el gobierno? Y otra ¿Es justicia condenar a un adolescente a prisión perpetua por un crimen no violento? ¿Qué pruebas tenemos para creer que tales medidas injustas producen paz y tranquilidad en la sociedad? ¿Es justo acorralar poblaciones enteras en áreas privadas de recursos básicos como agua limpia, electricidad, escuelas, hospitales, oportunidades de trabajo y culparlas por las consecuencias de esa atrocidad? Cuando la gente finalmente se cansa de esperar justicia y la debida solución a sus problemas, a veces deciden interrumpir la falsa paz en que viven y protestar contra el gobierno o los terratenientes opresores. Hemos sido testigos de ocasiones cuando agentes a cargo de imponer la paz y de proteger y ayudar a estos habitantes terminan al contrario agravándoles las injusticias al aplicarles fuerza desmedida e indiscriminada.

La paz definida como orden público, quietud, tranquilidad, sosiego y silencio, muchas veces es la falsa paz impuesta a la fuerza por las autoridades, por los amos, o por quien ejerce poder sobre otros. Esta paz nacida del miedo a expresar oposición a la injusticia no puede ser paz. Sin embargo, infelizmente, y duele decirlo, esa paz y silencio son a veces el último recurso del oprimido, cuando el hablar puede acarrear peor injusticia y hasta la propia muerte. Esto es cierto a nivel nacional, local y hogareño.

Sam Keen, famoso filósofo, expresa perfectamente la corrupción de los conceptos paz y justicia cuando se usan para justificar estructuras que apoyan los intereses de los opresores en detrimento de los oprimidos. Dice él: Los poderosos siempre han estado de acuerdo en bautizar el statu quo y llamarlo “paz;” y los impotentes son acusados regularmente de ser agitadores, cuando todo lo que ellos quieren es justicia.

La verdadera paz a la que debiéramos aspirar todos, viene expresada en la palabra hebrea Shalom. Aunque es usualmente traducida como paz, su significado es mucho más rico y va más allá de paz. Shalom presupone comunión con Yahvé, estar en paz con Dios. La antigua costumbre hebrea que aún persiste de saludar diciendo Shalom, la paz sea contigo, tiene contenido teológico. Si Yahvé es la fuente de toda paz, al decir Shalom estamos deseando a quien recibe ese saludo el regalo de la paz, proveniente de su origen sagrado. De esto se desprende que la paz auténtica no se puede alcanzar sin rectitud o justicia, porque sin ellas es muy difícil lograr estar en paz y comunión con Dios, y con nosotros mismos.

Elevando así el significado de la paz es más fácil aprender a no confundirla con aguantar en silencio, con ser sumisos por miedo. Practicando y promoviendo la verdadera paz evitaremos caer en el estupor de la otra paz, de esa paz que conlleva el peligro de hacernos cómplices con las estructuras injustas y opresoras, y que nos pueden hacer, casi sin darnos cuenta, agentes de la injusticia y la opresión institucionalizadas. En la siguiente oración, el arzobispo brasileño Dom Hélder Cámara (1909-1999) llamado el arzobispo de los pobres, le pide a Dios que nos saque del peligro de caer en esa falsa paz que nos puede llevar a hacer paces con la injusticia.

Quítame la quietud de una conciencia clara.

Acósanos, incomódanos.

Porque sólo así, se hace esa otra paz, tu paz.

¿Qué se requiere entonces de nosotros si hemos de encontrar paz y justicia en nuestros corazones y en nuestras acciones? El profeta Miqueas dice: ¿Qué es lo que el Eterno te pide sino que seas justo y bondadoso y que vivas en quieta armonía con tu Dios?

Quieta armonía con tu Dios. Qué bello ideal! Y para alcanzar esa armonía, ¿qué debemos alcanzar primero, la paz o la justicia? Después de mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que ni la una ni la otra debe ser primera. Que las dos se pueden alcanzar y complementar simultáneamente siempre y cuando sean fruto de una virtud esencial que se manifiesta en los seres humanos completos. Esa virtud es la compasión. En estos tiempos tan llenos de angustia, miedo y desconsuelo, me convenzo más de que la compasión es el mejor antídoto y remedio para la injusticia y el mejor sendero para alcanzar la paz.

Para enfatizar la importancia de la íntima y poderosa relación entre la paz y la justicia y como estas se pueden lograr mediante la compasión, me permití usar la secuencia de Lao-Tze, un contemporáneo de Confucio en el siglo VI antes de la Era Cristiana. Esta secuencia comienza con la aserción de que Si ha de haber paz en el mundo, debe haber paz en las naciones y termina afirmando que Si ha de haber paz en el hogar, debe haber paz en el corazón.

 

La secuencia modificada diría:

Si ha de haber paz y justicia en el mundo,

Debe haber compasión en las naciones.

 

Si ha de haber paz y justicia en las naciones,

Debe haber compasión en las ciudades.

 

Si ha de haber paz y justicia en las ciudades.

Debe haber compasión entre los vecinos

 

Si ha de haber paz y justicia entre los vecinos,

Debe haber compasión en el hogar.

 

Si ha de haber paz y justicia en el hogar,

Debe haber compasión en el corazón.

 

Yo creo que el primer paso para cultivar la compasión es desarrollar empatía. Esto requiere observar y aprender a conocer las circunstancias del prójimo y ponernos mentalmente en su lugar. Encarnando mentalmente las circunstancias de otro nos ayuda a la comprensión del porqué de su manera de pensar y actuar y nos calma el deseo de juzgarlo y criticarlo. Tal cual lo dice la popular oración de los nativos americanos: Gran Espíritu, concédeme que yo no critique a mi vecino hasta que haya caminado una milla en sus mocasines.

El coraje es otra cualidad esencial para cultivar la compasión. Como ya observamos, compasión va más allá de la empatía pues nos llama no solo a acompañar al que sufre, sino a tratar de aliviar y en lo posible, terminar su sufrimiento. El actuar así generalmente requiere esfuerzo, requiere hacernos vulnerables, vencer los sentimientos que nos hacen sentir inadecuados, o temerosos de que a lo mejor estamos interfiriendo en la vida ajena. Se necesita valor para vencer el fastidio de sentirnos rechazados cuando por cualquier razón nuestra ayuda no es aceptada.

 

A medida que adquirimos compasión y hacemos un hábito de ella, nuestro activismo resulta más efectivo, nuestra labor se torna ligera y la alegría a pesar de derrotas, permea nuestras acciones. No es fácil ser humanos, pero es un privilegio haber nacido y disfrutar de tantos regalos que la vida nos ofrece. Tenemos motivos para el optimismo y la fe al ver cuánto hemos avanzado como especie en el entendimiento de las necesidades de nuestros semejantes y de nuestro planeta y en la sanación de las mismas.

 

Nuestra religión está llena de antepasados valientes y comprometidos, algunos como Miguel de Serveto y David Ferenc, que inclusive llegaron al martirio por sus convicciones y deseo de mejorar el lote de sus generaciones y de las generaciones por venir. La práctica de nuestros retadores principios Unitarios Universalistas nos ayudará no solo a ser buscadores de la paz y la justicia, sino como aquellos mártires, a ser compasivos y efectivos hacedores de la paz y la justicia. Estamos llamados a ser soñadores y constructores de un mundo más justo en donde todos nosotros y Gaia, nuestra madre tierra seamos, entendidos, protegidos y apreciados.

Atendamos ese llamado con energía, radiantes de luz y gracia, fortalecidos y animados en nuestra resolución de continuar en el sendero de la compasión con el fin de que nosotros mismos y todas las almas a nuestro alrededor podamos gozar de verdadera paz, justicia y alegría. Que así sea.

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Rev. Lilia Cuervo
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Rev. Lilia Cuervo

La Rev. Unitaria Universalista Lilia Cuervo obtuvo su maestria en Divinidad del Seminario Unitario Universalista Starr King para el Ministerio, en Berkeley, California. Ademas es licenciada en Matemáticas y Física de la Universidad Nacional Pedagógica Femenina en Bogotá, Colombia y tiene otra maestría en Demografía de la Universidad de Georgetown, en Washington D.C.
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