Es para mí un placer compartir cómo llegué a ser Unitaria Universalista y el declarar mi gratitud y aprecio por esta religión que me liberó espiritualmente y que me ayudó a reestablecer mi relación con lo sagrado.


Fue por allá por 1978 cuando venciendo mi resistencia, acepté la invitación de una conocida para visitar su iglesia en Brookfield, Wisconsin. Después de tanta insistencia de su parte, un domingo cuando yo estaba abrumada y frustrada pasando por una horrible situación, le dije a mis niños: Vamos a esa iglesia; después de todo no puede ser peor que el quedarnos en casa, viendo televisión.

En esa época, yo estaba pasando por una etapa de disgusto con Dios, los curas, las monjas y con todo lo que tuviera que ver con religión. Esto era porque desde que tuve uso de razón hasta cuando dejé el catolicismo, me querían obligar a creer en tantas cosas que me eran irracionales y me prohibieron tantas otras, que poco a poco terminé alejándome con resentimiento. Por ejemplo, me decían que no podía leer ningún libro en la lista de las obras prohibidas por el Vaticano; que no podía leer la Biblia porque me volvería loca; que si pertenecía al partido liberal (cuyo color era el rojo) me iba a condenar porque el rojo es el color de las llamas del infierno; que los pobres habíamos nacido para obedecer a nuestros amos y que siendo sumisos y trabajadores, Dios nos daría el cielo en la otra vida. Y luego las inconsistencias, por ejemplo, que Dios era uno, pero al mismo tiempo tres personas diferentes, con diferentes atributos y nombres; que la virgen María era la reina del cielo, madre de Jesús/Dios pero infinitamente inferior a su hijo.

Cuán diferente fue escuchar mi primer sermón Unitario Universalista, predicado por el Revdo. Robert Latham. Aún recuerdo mi emoción al escucharlo reflexionar en cómo los Quantum leaps o sea los cambios o avances súbitos, a veces dramáticos en nuestra comprensión de la ciencia molecular, se pueden asemejar a los cambios a veces repentinos y dramáticos en nuestro ámbito spiritual. Parte de mi emoción ese domingo la atribuí a que siendo graduada en matemáticas y física, el escuchar un sermón aunando ciencia y espiritualidad me resultó sorprendente y a la vez invitador. El calor humano de la congregación después del servicio completó mi experiencia y me hizo sentir que allí irían a mover mi corazón y a estimular mi inteligencia. Al regresar una y otra vez, sentí, como tantos otros, que finalmente había encontrado mi hogar espiritual. Fue así como pocos meses después me convertí a esta religión.

Si mi conversión al Unitario Universalismo fue rápida y fácil, su práctica fue todo lo contrario. Aunque sabía que aprender a caminar en un mundo nuevo trazando mi propia ruta, era no solamente posible, sino indispensable para poder realizar mi potencial humano, aún traía algunos fundamentos católicos arraigados. Mi primer choque lo tuve un domingo después del culto cuando yo estaba quejándome de un problema y echándole la culpa a mi pobre mamá. Una señora me preguntó: ¿Y qué has hecho tú para cambiar la situación? y continuó como la cosa más natural: Tu sabes que cada quien es responsable por sus acciones y por sus reacciones a las circunstancias que la vida ofrece. Acostumbrada a creer convenientemente que Dios era responsable por todo lo que yo hacía o dejaba de hacer, y que yo era impotente para desechar las enseñanzas negativas arraigadas por tanto tiempo, el sentirme desafiada de esta manera no me cayó muy bien.

 

Intrigada con esta experiencia, al regresar a casa comencé a examinar mi comportamiento y a observar mis reacciones a las circunstancias en que me sentía víctima o despreciada o que me causaban ira. Poco a poco empecé a entender cómo a veces sin darme cuenta provocaba situaciones que redundaban en mis problemas habituales. Aunque viviendo más alerta y responsable por mis acciones e inacciones me trajo muchos beneficios, mi progreso no fue fácil, ni rápido.

 

A la par con la idea de que somos responsables por nuestras acciones, uno de los principios básicos del Unitario Universalismo es que cada quien es responsable por su propia teología. Las primeras veces que escuché esto, no podía entender cómo era posible tener tanta libertad y cómo yo iba a ejercitar mi libre albedrío para decidir en qué iba a basar y cómo iba a ser mi relación con lo sagrado; ahora que podía de una vez por todas decidir si creer o no en la existencia de cielo, infierno, vida en el más allá y todo lo relacionado con religión y metafísica, tenía miedo de tanta libertad.

 

Estas reacciones me parecían totalmente paradójicas. ¿Acaso desde niña yo no refutaba mentalmente mucho del catolicismo especialmente cada vez que recitaba el credo, el cual para mi estaba lleno de fantasía y mitos incomprensibles? ¿Entonces por qué asumir ahora la responsabilidad por mis propias creencias me resultaba difícil y aterrador? Después de mucho pensarlo, llegué a la sorprendente conclusión que al recitar el credo y el rosario en unísono con tantas otras personas creyentes y por tantos años, me daba cierto sentido de seguridad y de confort. Igualmente, el confesarme y hacer una pequeña penitencia cada vez que dudaba o negaba la teología católica me devolvía la paz con Dios y mi conciencia y podía comenzar de nuevo. Pero ahora sin esa red de seguridad ¿quién o qué me iría a ayudar a redimirme cuando cayera? ¿Cuál sería ahora mi paliativo psicológico?

 

Aumentando los retos a mi conversión, el cuarto principio Unitario Universalista nos llama a afirmar y promover una búsqueda libre y responsable de la verdad y el sentido de la vida, sin limitaciones. Con ese principio como guía, estamos supuestos no solo a respetar cuantas religiones, filosofías, ciencias, artes y todo lo que eleve o contribuya al desarrollo espiritual y mental de la persona, sino también a aprender de ellas. Esto me parecía fascinante y al mismo tiempo desconcertante. ¿Acaso el contemplar otras religiones no era la tan temida herejía, una de las peores traiciones que una persona, especialmente católica, podría cometer contra su religión?

 

Meses después de asistir a los servicios Unitarios Universalistas dominicales, de estudiar los principios y teología de esta mi nueva religión a través de los ejemplos y escritos de sus teólogos y profetas y de ver como esta religión puede elevar y transformar la vida de sus practicantes, finalmente logré comprender que yo también podría ser libre para pensar, para aceptar o rechazar ideas y para decidir mi propio código moral y teológico. Entonces sentí tal emoción, que me pareció como si fuera una cóndor soltada en lo alto de los Andes, oteando un valle inmenso y a la que le dicen: vuela! tú tienes derecho a volar tan lejos y tan alto como quieras. Sin embargo, comprendí con tristeza que mis alas estaban atrofiadas. Como ya lo expresé, aunque hacía mucho tiempo no era católica, no podía olvidar la ilusión de seguridad que encontraba al orar al abrigo de la capilla del colegio, o después de confesarme y ser perdonada; ¿y cómo olvidar el sentimiento de protección y ternura que me envolvía después de rezarle a la Madre Auxiliadora?

 

Felizmente, esos sentimientos de seguridad volvieron a surgir al cantar himnos, recitar afirmaciones y al tomar las mano de los otros para recibir la bendición en mis nuevas comunidades Unitarias Universalistas. Cuando finalmente internalicé que herejía simplemente significa escoger y pensar libremente, empecé a sentirme cómoda siendo una hereje y librepensadora. Ahora me era fácil entender y hasta respetar las ideas de los ateos, los agnósticos y de cualquier religión así me pareciera extraña. También me fue fácil el entender y sentirme cómoda con algo que repetimos a menudo y que distingue a los Unitarios Universalistas, eso de que nos sentimos más cómodos viviendo con las preguntas difíciles que aceptando respuestas fáciles.

 

Algo muy importante que derivé de esa libertad fue el hacer las paces con mi antigua religión Católica conservando aquellas cosas que continuaban a fortalecer mi vida espiritual como la meditación, la libertad de amar y de expresar amor por lo sagrado, la compasión por los necesitados, la disciplina en el estudio y el trabajo y la idea de que todos somos los templos de la divinidad.

 

Desde pequeña me impresionó la idea de que mi cuerpo era el templo del Espíritu Santo. Esta idea similar a la Unitaria Universalista que todos llevamos la chispa de la divinidad me ayudó a sentirme más a gusto con mi nueva religión. John Murray, el primer Universalista que predicara en 1770 el concepto de la salvación universal en suelo americano, terminó su primer servicio dominical con estas palabras: Tú puedes poseer tan solo una lucecita, pero déjala brillar. Úsala para traer más luz y comprensión a los corazones y mentes de la gente.

Y en la iglesia a la que yo asisto, recitamos cada domingo esta bendición: Pueda la fe en el Espíritu de Vida, esperanza por la comunidad de los habitantes de esta tierra, y amor por lo sagrado en cada uno de nosotros, ser nuestros ahora y en todos los días porvenir. La conciencia de esa chispa de la divinidad, de eso sagrado que llevamos dentro, es un gran incentivo para tratar a nuestros semejantes con respeto, con compasión y con amor.

 

Si creemos que todos llevamos dentro la lucecita, la chispa de la divinidad, no es de extrañar que como consecuencia los Unitarios Universalistas tomemos seriamente nuestro primer principio que nos estimula a afirmar y promover el valor y la dignidad inherentes de cada persona. Años después de mi conversión, aún continúo aprendiendo el profundo significado de este principio. Ahora sé que esto conlleva la verdadera aceptación de las idiosincrasias, cualidades y aun de los defectos de cada quien. No la aprobación de las acciones malas o destructivas, pero la comprensión nacida de la compasión como seres humanos que entendemos que todos sin excepción estamos sujetos a fallar, a ofender, a hacer aquello que precisamente detestamos y a sentirnos culpables y avergonzados. Alcanzar ese respeto y valorización de cada persona sin excepción y sin importar clase social, color, sexo, creencias aunque sean contrarias a las nuestras, obviamente es muy difícil. Desde pequeños hemos aprendido a juzgar, a detectar aquellos que son como nosotros y a aceptarlos, al mismo tiempo que ignoramos o despreciamos a aquellos que por una razón u otra son diferentes. Muchas veces hacemos esto sin malicia, solamente porque nos faltan incentivos para cambiar. Afortunadamente, una vez que se está en contacto con una congregación Unitaria Universalista, es difícil no sentir el empuje hacia el trabajo por la justicia social, hacia el respeto de todos los seres y hacia el crecimiento spiritual, ambos retándonos a vivir nuestro primer y fundamental principio con compasión y amor.

 

Cuando niña una de las historias de santos que más me impresionó fue la de Domingo Savio cuando él tenía 14 años. Un día como de costumbre, a la hora del recreo, él estaba jugando cuando alguien le preguntó: Domingo, qué harías si supieras que irías a morir en cinco minutos? Sin perturbarse, respondió: Continuaría jugando. Para mí esto fue un ejemplo de cómo vivir cada minuto de acuerdo a su propósito y con conciencia tranquila. Al aprender que una práctica espiritual común entre los Unitarios Universalistas es la de vivir en el aquí y ahora conscientes de cada momento, me hizo recordar esa anécdota y sentirme aún más cómoda con mi nueva religión.

Aunque vivir en el momento presente con toda plenitud requiere esfuerzo, con esta práctica se evita angustia y desperdicio de tiempo. Por muchos años cometí el error de vivir amarrada al pasado y preocupada por el futuro sin darme cuenta de que estaba desperdiciando preciosos momentos que nunca volverían.

El vivir en el aquí y ahora no quiere decir que no se hagan planes para el futuro o que no se recuerde el pasado. Quiere decir más bien que se vive la vida a cada momento, con toda la presencia y la capacidad posibles. Quiere decir que se es flexible. Que podemos hacer de cada momento un momento maravilloso si aceptamos con gratitud y asombro lo que nos rodea y lo que la vida nos depara a cada minuto. Aun en los momentos más trágicos, cuando sentimos que tal vez vamos a sucumbir bajo el peso de la tristeza o la desilusión, cuando sabemos que nos hemos traicionado a nosotros mismos y nos odiamos por eso, en esos momentos, podemos estar presentes, conscientes de la intensidad de nuestro dolor y emerger más humanos, con profunda compasión por nosotros mismos y por todos los seres que nos acompañan en nuestra gira por la vida.

 

Acostumbrada a la idea de que los humanos somos los dueños de la naturaleza y de que podemos hacer de ella lo que queramos, me sorprendió gratamente el aprender que el  séptimo principio Unitario Universalista nos llama a afirmar y promover el respeto por el tejido interdependiente de todo lo existente, del cual somos una parte.   La responsabilidad, el respeto y amor por nuestra madre tierra se manifiesta en nuestras congregaciones a través de las múltiples actividades que realizan para hacer que sus edificios sean ecológicamente adecuados y que haya reciclado eficiente. Esto nos sirve de inspiración para procurar hacer lo mismo en nuestros hogares.

Ya pueden ver queridos lectores, por qué continúo siendo Unitaria Universalista y por qué tengo tanta gratitud con los fundadores y continuadores de esta fe. Cuando decidí que esta sería mi religión, se me dio el espacio que yo necesitaba para crecer. Se me nutrió con toda clase de enseñanzas, se me ofreció un acervo de oportunidades para aprender, para dialogar, para discernir, para escoger y para confiar en mi misma. Y todo esto dentro de comunidades inspiradas y guiadas por principios espirituales y humanos muy elevados y por lo tanto a veces difíciles de aceptar y de practicar.

 

Mi deseo muy sincero es que tanto los miembros como amigos o curiosos acerca de esta religión, se sientan en esta Iglesia de la Gran Comunidad, como en su hogar espiritual, en compañía de seres que buscan hacer la paz y que viven en el aquí y ahora, conscientes de que tenemos el poder de tornar cada minuto no importa cuán difícil sea, en un minuto maravilloso porque aceptamos con gratitud lo que la vida nos ofrece. Abramos las puertas de nuestros corazones para dejar que nuestra sagrada lucecita brille como nos invita a hacerlo John Murray. He aquí la bendición completa que diera en 1770, al final de su primer sermón en América:

 

Ve por los caminos, las carreteras, las autopistas y sus alrededores. Dale a la gente algo de tu nueva visión. Tú posees una lucecita. Destápala! déjala brillar! úsala para traer más luz y comprensión a los corazones y mentes de las gentes. No los amenaces con el infierno, sino dales esperanza y valor! No los hundas más en su desespero teológico, sino predícales la bondad y el amor imperecedero de Dios.

 

Que así sea.

The following two tabs change content below.
Rev. Lilia Cuervo
  • Facebook
  • Google+
  • Facebook
  • Google+

Rev. Lilia Cuervo

La Rev. Unitaria Universalista Lilia Cuervo obtuvo su maestria en Divinidad del Seminario Unitario Universalista Starr King para el Ministerio, en Berkeley, California. Ademas es licenciada en Matemáticas y Física de la Universidad Nacional Pedagógica Femenina en Bogotá, Colombia y tiene otra maestría en Demografía de la Universidad de Georgetown, en Washington D.C.
Rev. Lilia Cuervo
  • Facebook
  • Google+
  • Facebook
  • Google+