Por: Raúl Martínez Quiroz

¿Son la justicia social y los derechos humanos un intento reciente?


Un desconocido rey se convierte tal vez en el primer reformista social de la Historia.

Alrededor de 1878, unos afanados arqueólogos desenterraban objetos entre las ruinas de antiguos asentamientos al sur del actual Irak. Alrededor de seis mil años atrás surgían allí los primeros centros urbanos hasta ahora descubiertos que fueron escenarios y laboratorios de las primeras creaciones e invenciones del ser humano, entre las cuales estaba la escritura.

Un conjunto de conos y tablillas de arcilla llamaron la atención de estos expertos. Poco se sabía de Mesopotamia en aquellas décadas. Las principales fuentes venían de los relatos relacionados a la Epopeya de Gilgamesh, a los textos bíblicos y a las evidencias de historiadores y arqueólogos que habían visitado la zona previamente. Encontrarse con estas tablillas era como descubrir lo desconocido. Nadie pensaría en un principio que en estos conos y tablillas de arcilla estarían las primeras evidencias de lo que conocemos como justicia social. Es más, representarían en sentido metafórico los primeros “ladrillos” de los derechos humanos.

Tras numerosos análisis de las piezas desenterradas, se determinó que estas databan de entre 2500 y 2000 años antes del nacimiento de Cristo. Se detectó que los símbolos correspondían directamente a leyes reformistas. Y dichas leyes tenían como autor a un líder prácticamente desconocido que vivió e influyó en las ciudades del sur de Mesopotamia, en una zona conocida como Sumer: el rey Urukagina (gob.2380-2360 AEC?).

En aquellos tiempos antiguos tener responsabilidades de liderazgo no era tarea fácil. Es asumido que en Mesopotamia surgió el modelo de estado basado en la autoridad, derivando de ello el surgimiento de las clases sociales, el pago de impuestos, el comercio y la guerra. Comenzaron allí entonces, según evidencias confiables, las primeras injusticias sociales que tristemente se han mantenido hasta la actualidad. El ambiente era de una sociedad endeudada tras guerras por el control de toda la región, y en la cual buena parte de la riqueza existente iba a la clase burocrática. Había corrupción y violencia por doquier.

Una vez recolectadas las numerosísimas piezas, los traductores especializados en las extintas lenguas del Oriente Medio fueron capaces de concluir que tales leyes tenían un alto contenido de dignidad. Dicho de otra manera, estas leyes, que si bien no fueron perfectas, fueron rupturistas en su momento porque pretendían mitigar el dolor que muchas personas venían experimentado a causa de los defectos de un sistema de vida basado en el poder del más fuerte, del que tenía más recursos materiales. En aquellos tiempos era común usar en la justicia cotidiana la regla del “ojo por ojo, diente por diente” y que apareciera un código con derechos humanos implícitos constituía un bienvenido bálsamo. Sería con otros sabios espirituales en que se volvería a cuestionar el Talión.

Por ejemplo, las leyes del rey Urukagina protegieron a las personas más vulnerables ante los abusos de los opresores, entre las cuales estaban las madres y viudas pobres, a quienes muchas veces se les quitaba lo poco que producían en las huertas de sus casas como sustento diario. Se prohibió por ende traspasar sus casas para arrebatarles los alimentos cultivados. En otros dictámenes de este líder sumerio se ensalzó el status de la mujer, permitiéndole ejercer el sacerdocio y evitando así que se convirtieran en esclavas en su trabajo religioso, que era dominado por hombres y que se mezclaba con intereses no muy espirituales. Como dato anecdótico y sujeto a múltiples debates, Urukagina llegó incluso a abolir la práctica de los matrimonios múltiples favoreciendo la monogamia para evitar los abusos del hombre sobre la mujer y viceversa, lo que constituyó un revés a siglos de poligamia. Ni siquiera los impuestos se salvaron, ya que estos fueron abolidos temporalmente por el elevado monto que debían pagar los contribuyentes. En resumen, la libertad de toda opresión era el objetivo principal de este personaje sumerio.

Tras los pasos de Urukagina, un nuevo líder busca la equidad de género.

Según otras evidencias arqueológicas descubiertas también al sur de Irak a mediados del siglo XX, entre 2113 y 2096 AEC reinó Ur Nammu, quien tomaría las reformas de Urukagina como inspiración en su labor de promoción de la justicia. En los inicios del machismo patriarcal promovido por un estado, la mujer sufría discriminación. Ur Nammu quiso doblegar esta tendencia y legisló a favor de la equidad de género. Sus leyes son consideradas en rigor el primer código legal de la historia por muchos eruditos. Bajo él se emitieron decretos que trataban por igual a los hombres y mujeres. Ser hija era tan valioso como ser hijo. Una de las curiosidades fueron los aspectos del noviazgo y del matrimonio. En aquel entonces las relaciones eran arregladas, ya que los padres solían escoger las parejas para sus hijos. Si bien podría existir amor entre los novios, muchas veces las conveniencias económicas y de supervivencia solían imponerse. Para efectos de equidad económica entre las familias vinculadas se exigió una dote recíproca y se debían realizar debidas compensaciones en caso de terminar la relación. Y si se trataba de delitos graves, Ur Nammu estableció una serie de medidas compensatorias hacia las víctimas, en vez de castigar a los victimarios con la tortura física. Ello constituía revocar siglos del “ojo por ojo, diente por diente”.

¿Cuáles pueden ser las reflexiones?

La mayoría de las personas podría pensar que tanto los derechos humanos y la justicia social son logros recientes, temáticas de interés en la era digital actual. Pero si investigamos y analizamos muchas fuentes, los orígenes de ambos conceptos, mutuamente relacionados y muchas veces difíciles de separar e incluso de teorizar, están en los comienzos de la Historia Universal.

Conforme a la información relacionada al origen de la civilización humana occidental que he querido compartirles, hubo ciertas intenciones documentadas de cambiar el sistema imperante. Podríamos reflexionar mucho sobre las virtudes y defectos de lo que se conoce como civilización, pero podríamos reflexionar en profundidad sobre la capacidad del ser humano para existir sobre la base de su propia bondad, especialmente cuando las circunstancias son adversas o alejadas de dicha bondad. La bondad puede mostrarse y aplicarse en múltiples formas, por ejemplo en cómo nos organizamos.

Si hacemos un viaje retrocediendo cuatro mil años, a Mesopotamia, nos encontraríamos con ciertas similitudes entre la realidad social de aquel entonces y la realidad social actual. Claro, obviamente nos sorprenderíamos de ser testigos de los primeros inventos, de cómo eran y funcionaban las ciudades y de las tradiciones de la gente de la época, entre otras cosas; pero también nos podríamos dar cuenta de las mismas crisis, los mismos problemas, los mismos desafíos e incluso las mismas oportunidades para superarnos que se experimentan hoy en día. Aunque cambie la forma, el fondo sigue siendo el mismo.

En estos tiempos actuales en que nos encontramos, no necesitamos tener cargos importantes o aquellos antiguos privilegios para trabajar a favor de los Siete Principios que nos inspiran como Unitarios Universalistas, entre los cuales están el creer en la dignidad de cada persona, el mostrar compasión y equidad y el trabajar por la justicia. A fin de cuentas, recibimos una invitación para una libre participación sobre la base de nuestras capacidades e ideales, teniendo en cuenta que la libertad es sinónimo de buena voluntad. Hemos disfrutado de ciertos positivos inventos y herramientas que nos ayudan a comunicar y a interactuar de igual a igual. Hemos aprendido a lidiar con un sistema que como en la época de Urukagina y de Ur Nammu presenta enormes imperfecciones. Y ante ello hemos intentado utilizar aquellos ladrillos de los derechos humanos para llegar a construir lo que nos debe unir, y que nos ayudará a contemplar una luz simbólica desde diversos ángulos de perspectivas. Que esa luz sea siempre encendida sin temor a la adversidad.

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