Autor desconocido

Esta carta la escribió un joven mormón, ante el dilema de elegir entre la verdad religiosa, o sus más íntimos sentimientos con respecto a su sexualidad.

En la perspectiva Unitaria una de las tareas de la religión es ayudarnos a amarnos a nosotros mismos tal y como somos. En algunos casos dejar ciertas creencias religiosas es el primer paso para aprender a amarnos a nosotros mismos, y por ese mismo camino del amor encontrar a Dios.


La vida es extraña y la religión también. De la última podemos decir que hasta a veces se va en la bola.

Hoy escuchaba a mi amiga que es Católica Apostólica Romana hablar de los milagros, de esos pequeños milagros que ocurren a diario en nuestras vidas. De los grandes milagros que ocurren de vez en cuando y de esos inmensos milagros que ocurren una sola vez en la vida y si tienes suerte puede que sean dos de corrida.

Así también he escuchado el agradecimiento de las bendiciones dadas por los feligreses Evangélicos Pentecostales u otros Evangélicos. He sido testigo del poder de Dios entre los Santos de los Últimos Días (mormones). He llegado a palpar el amor que puede llegar a tener un súbdito de Dios como lo son los Testigos de Jehová.

He visto la humildad en los ojos de mujeres y hombres musulmanes y en la vida de aquellos que creen pero que no tienen religión, he visto pruebas de fe de tal índole que si hubiesen estado en los tiempos de Jesús habrían caminado por encima de las aguas tal cual Cristo lo hizo. Estas personas así como muchas más que luchan por ganar la batalla del bien contra el mal tienen la esperanza de algún día ser premiadas, algunas con el paraíso en el cielo otros con el mismo pero en la tierra. Otras con mundos celestiales donde podrán llegar a ser dioses tal cual Jehová Dios lo es, y otras con sus miríadas de vírgenes como premio al esfuerzo en el Yijhad o en la lucha de la vida contra el «imperialismo» cristiano (hablamos de esos como Bush).

Pero no podemos olvidar que para la mayoría de esta gente los otros que no comparten su creencia no tendrán parte ni pedazo por parte de su dios. Los evangélicos Pentecostales, como otros de esa índole, no creen que los demás vayan a estar con ellos en el cielo, más bien creen que así como los musulmanes, también los testigos, los mormones y otros caerán al infierno donde supuestamente se quemarán por toda la eternidad.

Para los musulmanes todo lo que no es musulmán será destruido y para los testigos también será igual, pues todo aquel que no acepte la enseñanza testigo de Jehová no se salvará para el día del Armagedón y todo aquel que después del Armagedón resucite pero que no acepte su creencia desaparecerá de la vida, no existirá más.

Los mormones creen que todos de una u otra forma se salvarán, unos primero y otros después, pero, a diferencia de los demás, solo aquellos mormones que hicieron convenios en el templo, casándose y siguiendo las leyes que se les imponían, pueden llegar a ser dioses, tal como Dios, y estar casados hasta la eternidad.

Los católicos creen que el juicio final será una especie de santa inquisición, donde todo aquel que no sea católico será atormentado de mil maneras pero que no será tanto dolor como lo será el infierno de fuego en que ellos y muchos más creen.

Y entonces me viene a la mente la mayor pregunta que algún día me haya hecho: ¿para qué seguir luchando por guardar mi integridad sexual siendo que según otros grupos mi vida tiene un fin?

Si no soy testigo para el tiempo del armagedón moriré con aquellos que no lo son. Si no soy católico ni menos simpatizante moriré quemado en el infierno y si no soy mormón caeré por una eternidad en una oscuridad ya que he negado el evangelio de Dios (El Espíritu Santo).

Creo en Dios y lo amo con todo mi ser y es por eso que de ahora en adelante seguiré el consejo de un amigo mexicano, «A veces hay que perder una vida para vivir otra». Me he decidido, pienso vivir mi vida y de una vez por todas dejar la religión de lado.

Como dije una vez a una amiga, «algo bueno tiene que salir de esta Afirmación…”

¡Esto es un milagro!

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